País de Gal·les
Un fin de semana en Bristol en casa de nuestros amigos Steven y Esther hace ya unos tres años, nos incitó a descubrir ese lugar cercano a ellos, y no muy visitado, el País de Gales. Ante la imposibilidad de visitarlo todo, decidimos dar unas pinceladas, saborearlas, sentirlas, y dejarnos lugares para visitar en otra ocasión. Y así fue, a paso lento y siguiendo sobre la marcha sus recomendaciones y las del galés Steffi, fuimos degustando un territorio peculiar.
Los kilómetros van pasando lentamente, pues cada rincón tiene algo que ofrecerte. Territorio abierto al mar y expuesto a sus vientos, culminando con un clima oceánico y extremo. La lluvia aparece casi a diario en un momento u otro del día, por lo que el equipamiento de agua siempre debe estar a mano.
Extensas llanuras verdes, moteadas por cientos de ovejas que campan a sus anchas, montes bajos, bosques frondosos, lagos, ríos y riachuelos, donde el final parece no existir. ¡Eso es Gales!
Entramos al País de Gales por el norte, concretamente por la ciudad de Llangollen, algo turística comparada con otros rincones, situada en el valle del río Dee, atravesada por un maravilloso puente de cuatro ojos del siglo XIV, en la que encontramos una estación de la que todavía sale un tren de vapor, con el que se puede recorrer parte del país. Un cream tea y un delicioso bara brith nada más llegar, nos remite a esa dulce asociación en nuestro recuerdo.
Poco a poco nos fuimos acercando al P.N. Snowdonia, con su paisaje accidentado, crestas peladas, elevaciones rocosas, gargantas y numerosos arroyos, rodeando su cota máxima, el monte Snowdon de 1070 m; todo un símbolo del país que un millonario estadounidense quiso comprar, y que el actor Antoni Hopkins mediante una gran contribución económica y una importante campaña de concienciación, logró conservar para los galeses.
Dormirse en un frondoso bosque, con el canto de los pájaros al suave ritmo de la lluvia, no ofrecen mejor despertar que el silbido de un tren de vapor, cruzando a pocos metros. ¡Pasear por sus senderos, perfectamente señalizados, es todo un placer! Por aquí un magnífico helecho, por allí una minúscula flor de nieve, al lado una oveja, por el árbol sube una ardilla, grandes coníferas, florecillas de colores,…
En Pembrokeshire alcanzamos la costa, altos acantilados de rocas volcánicas, dibujadas por las aguas del deshielo glacial, junto perfectas playas de arena, en uno de los lugares célticos por excelencia.
Llegamos a St David’s con una intensa lluvia, y nos quedamos adormilados en lo alto del acantilado, donde la fuerza del viento y el rugido del mar, enfurecen tan delicado paraje. A la mañana siguiente, un rayo de sol en un cielo intensamente azul, y un mar en calma, nos confunden. ¡No se parece en nada al lugar al que llegamos anoche! Además de tan increíble paisaje, no hay que dejar de visitar la mágica mini-ciudad asociada al patrón, donde se encuentra la iglesia más grande de Gales del siglo XII, en el hondo de un valle, que intentó pasar desapercibida a los vikingos, pero fue saqueada varias veces. En su interior no se puede evitar retroceder en el tiempo, entre los pilares de piedra gris purpurina unidos por arcos normandos romanescos, un precioso artesonado en el techo, unas delicadas figuras talladas en el coro, y la Holy Trinity Chapel, objeto de peregrinación.
Fotos: Blanca i Jose / Grup: Ffynnon / Tema: Y Gwydd
Y para los aficionados al trekking, muchas millas de sendero en el Pembrokeshire Path, bordeando toda la costa, en compañía de vacas e infinidad de pájaros, contrastando el verde intenso con el azul del mar.
De vuelta hacia el interior, nos acercamos al Pen-y-Fan, el pico más alto del Brecon Beacon’s N.P., al que se llega tras un ligero y popular sendero iniciado en el Pont ar Daf car park en la A470. La vista desde la cima es espectacular, una vasta extensión de páramos y valles, picos vecinos, y lagos descansando plácidamente en tan verde paisaje. Tal y como indicaba la guía de viajes, el Pen-y-Fan es una montaña que hay que tomar con respeto, e ir preparados para inesperados cambios. Nuestra ascensión fue con un sol espléndido, y mientras tomábamos un tentempié en la cima, apareció una nube negra, y un fuerte viento, acompañado de una gran tormenta. ¡Casi no tuvimos tiempo de ponernos el equipo de lluvia!
Muy cerca del parque nos acercamos a Blaenavon, la ciudad del hierro y el carbón, galardonada con el World Heritage por la UNESCO en el 2000, para una visita especial. Un ex-minero te acompaña a las profundidades de la tierra en Big Pit, una mina real, descendiendo a sus galerías, a 90 metros de profundidad, con el equipamiento correspondiente: casco, luz frontal, batería y máscara. La oscuridad, el frío, la humedad, la ventilación forzada, el drenaje del agua, las betas del carbón, las vigas que sostienen las estrechas galerías, los raíles de las vagonetas, las jaulas de los canarios, las cuadras de los caballos que tiraban del las vagonetas; revivir esas condiciones extremadamente duras e inhóspitas a las que estaban expuestos cientos de mineros, envueltos por las historias que él mismo te va contando, es una experiencia que no hay que dejar pasar por alto.
El carbón de sus tierras, las fábricas y fundiciones que crecieron en la zona, ocasionaron el decisivo impulso de la Revolución Industrial. En Ironworks se puede visitar los restos de una de las fundiciones y las casas que ocupaban los obreros, perfectamente conservadas, y que han servido de escenario a famosas series televisivas galesas.
Y no podíamos marchar del País de Gales sin visitar al menos uno de los innumerables castillos que salpican sus tierras. Nos decidimos por el Caerphilly Castle, construido el siglo XIII, y uno de los primeros en utilizar lagos, fosos y fortificaciones concéntricas para su defensa, destacando un aspecto pintoresco exterior, y un interior desolado y frío que actualmente se utiliza para celebrar eventos.
¡Y eso fue todo! Un viaje que te acerca a un pasado duro y próspero, muy lejano y místico, una naturaleza salvaje que te permite escuchar su silencio, transmitiéndote esa paz difícil de encontrar en otros lugares, acompañados por sus gentes, de carácter muy amable, lengua propia, y orgullosos de su país y sus tradiciones.
Me dáis mucha envidia y me alegro de que sigáis viajando con esas ganas de descubrir cosas. Además el montaje toda una virguería.
Felicidades, Alfredo y Gloria.
Proviene del mismo corazón de Gales. Enjuto y vertical, algo más de 1,80. Camisa de cuadros y jeans amortizados, verde como el puerro, roja como el contumaz guerrero y blanca como sus montañas gélidas de invierno. Entonces el frío inmerge en el interior de los huesos. No hay antídoto que los sujete. Quizá por eso vista en nuestros lares, despojado de recubiertos y añadidos, de la misma forma que lo hacía el Rey Vortigerm, en verano o en invierno.
Su mirada es remota. Fija. Viene de lejos y siempre marcha con una sonrisa. Acostumbrada como si lo hiciera a través de una lente, a las invasiones sin distingo. Romanas o anglosajonas. A los abiertos valles, los lands, las modeladas montañas y sus frescos lagos. A los distintos tipos de tiempo desde que abre el día hasta que la noche se esconde. Por eso su apariencia es tranquila como la del poeta Aneirin y su caracter nervioso. Se fuga como las profecías del Mago Myrddin entre la tradición, la tierra y la lengua, y bajo el manto de estrellas, sigue sonriendo para hacer futuro con alas cargadas de titanio y fibra de carbono.
Con esta mirada, desayuno desde hace algunos años, todas las mañanas. No se trata del Rey Arturo. Es algo más, Steffan Prys Thomas.
No conozco Gales, pero me reconozco en su esencia y en su naturaleza. Desayuno con ellas todas las mañanas.
Excelente exposición y fotografía, Blanca y Jose.
Saludos cordiales
Carlos Alameda